Roxana Miranda Rupailaf > Blog > PUBLICACIONES > Las Tentaciones de Eva (2010)

Las tentaciones de Eva según Miranda Rupailaf La Evocación del cuerpo y el deseo [artículo]/ Elsa Gabriela González Caniulef. Mapocho (Revista: Chile) no. 62 (segundo semestre 2007) p. 67-76 .

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COMAMOS EL FRUTO PROHIBIDO Y REGOCIJÉMONOS: IDENTIDAD Y RELIGIOSIDAD EN LA OBRA DE ROXANA MIRANDA RUPAILAF por Zenaida Suárez Sotomayor (EXTRACTO).

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El arte culinario emerge de la condición física, psicológica y cultural de cada pueblo. Desde los inicios del hombre sobre la Tierra, éste ha ido modificando su mesa y adaptándola a las necesidades de cada momento. De este modo, comer, así como preparar los alimentos y la mesa donde los vamos a disfrutar, se ha convertido en un ritual que, a grandes rasgos, se divide en dos disciplinas. De un lado, la gastrotécnica se encarga de la transformación de los alimentos, de otro, la gastronomía es el arte de preparar una buena mesa y la afición a comer regaladamente (RAE 2001). Ciencia, antropología, psicología, historia y arte son disciplinas comprometidas en el buen comer. Pero sobre todo, este arte basado en la alimentación está lleno de mitos y creencias sobre los que pesa enormemente el componente religioso, que llena de superstición el instintivo ejercicio de alimentarse. Precisamente, es la afición a comer bien, con la que se fue confundiendo poco a poco la necesidad de comer, la que en los inicios del cristianismo provocó el primer gran cataclismo de la historia de esta religión, pues fue un gesto gastronómico el que, según cuenta el libro que narra las leyendas del nacimiento del hombre y su estirpe; la Biblia, desató la furia de Dios y desterró a los hombres del Paraíso Terrenal.

Este texto explora parte de una poética marcada por la ruptura de unos estereotipos impuestos, los de la condición identitaria de una poeta que se mueve entre las aguas del cristianismo y la cosmogonía del pueblo mapuche y rompe con los supuestos de una teoría tradicional que entiende “lo mapuche” como un compuesto compacto y ajeno al devenir de la historia contemporánea. En esta poética, la de Roxana Miranda Rupailaf, pueden vislumbrarse los ecos de una tradición marcada por la mixtura cultural que crea la estrecha convivencia de los pueblos y que, más allá de los conflictos históricos, ha ido tejiendo una identidad personal que muestra la armoniosa interiorización y asimilación de sus elementos como parte de la misma.

En las obras que aquí se analizan se dan cita dispositivos tan vigentes como la insumisión femenina, la adolescencia rebelde y el erotismo en unión solidaria con algunos de los iconos más recurrentes del cristianismo y ciertos componentes de raíz etnocultural.

La base de todo el entramado teórico que aquí se presenta está sentada por la presencia de uno de los símbolos cristianos más conocido y arraigado, la desobediencia de Eva al probar y dar de probar a Adán el fruto del “Árbol de la vida, que sirve como punto de anclaje entre el tono erótico y la feminidad sublevada de la mujer contemporánea, que muerde, una y otra vez, el fruto prohibido para reafirmase en su condición de moderna. Aunque este fruto no es especificado en la Biblia, desde la Edad Media se ha venido identificando con la manzana, símbolo litigante de las dos primeras obras poéticas de Roxana Miranda, que encierra valores de tipo curativo, culinario y simbólico tanto en la cultura occidental de tradición judeocristiana como en la cultura mapuche; a pesar de que en esta última, los rasgos míticos que podemos adjudicarle a este fruto son de carácter no primigenio, o sea, que proceden de la rapsodia concretada por la inter- y transposición de varias culturas en contacto.

La manzana ha sido infinitamente recurrida en el arte, la mitología y la cocina. La unión inquebrantable entre la sexualidad y la alimentación humanas ha hecho que las simbologías más recurrentes en torno ella hayan tenido como fondo común el erotismo y el ansia saciadora del deseo y del hambre. No es de extrañar que los tratadistas medievales la identificaran como la fruta prohibida, pues encaja perfectamente en las definiciones de “bueno al gusto y hermoso a la vista y deseable” con que el Génesis lo describe, y porque en su nombre latino mala mattiana (del árbol malus; el manzano) pueden haber reconocido una similitud con el producto pecaminoso y malo (del latín, malus, -a, -um) que representa este fruto vetado a los habitantes del Paraíso Terrenal. Y es que Adán y Eva podían saciar su hambre comiendo de los frutos abundantes de todos los árboles que en aquel jardín del Edén había, solo se les prohibió comer del árbol de la vida y su curiosidad gastronómica, tentada por la insistente serpiente, los hizo pecar de ambición y los condenó a una vida errante y llena de dolor en la que tendrían que buscarse su propio alimento.

Es suficientemente conocida la capacidad curativa de la manzana -diurética y regenerante celular-, así como sus grandes valores culinarios y dietéticos; pero sobre todo, es una fruta que destaca por su alto valor simbólico que, paradójicamente, nunca va separado de sus cualidades alimenticias.

En la cultura mapuche, la manzana fue una fruta introducida por los conquistadores españoles, junto con el trigo y la cebada. El árbol de las manshanás-aliwen, como los mapuche llamaban a la manzana, no posee un correlato específico con el mito de Adán y Eva, pero como fruta cruda y como licor fue muy recurrida por esta comunidad, que le atribuía una especie de encantamiento al creer que el simple hecho de tocar con su fruto la tierra hacía florecer en ella los más bellos y fructíferos manzanos. Es específica del pueblo originario mapuche una forma de hacer la famosa chicha de manzana, una bebida típica que se obtiene machacando y colando la fruta (chicha dulce) y dejándola fermentar luego (chiscochampura). Esta última variedad es fuertemente alcohólica y es por eso que en la cultura mapuche solo es usada en las festividades.